Perversiones I
NINFOMANÍA
La señora fue adicta a los hombres desde su juventud. Se trataba de una mujer con antecedentes familiares normales, de cultura elevada, buen carácter, muy modesta y que se ruborizaba con suma facilidad, aunque siempre fue el terror de la familia: cada vez que se encontraba a solas con un hombre, sin importarle si era niño o anciano, guapo o feo, lo desnudaba y lo animaba a satisfacer su lujuria con vehemencia. Recurrió al matrimonio con la esperanza de curarse, pero aunque amaba mucho a su marido, no era capaz de controlarse cuando estaba sola con un hombre; ya fuera un invitado o un trabajador de la casa, les exigía que copulasen con ella.
Nada logró curarla de dicho trastorno. Incluso de anciana siguió siendo ninfómana. En cierta ocasión trató de violar a un niño de doce años al que se había llevado a la alcoba. El muchacho logró escapar y su hermano le dio a ella una soberana paliza, pero todo fue en vano. La enviaron a un convento, y allí fue un modelo intachable de buena conducta, sin cometer ninguna indiscreción. Pero en cuanto regresó a casa reanudó sus prácticas perversas. Entonces la familia le dio una pequeña asignación económica y le pidió que se fuera lejos. Se puso a trabajar duro con objeto de ganar el dinero que necesitaba para comprar amantes.
Finalmente fue internada en un manicomio, donde vivió hasta mayo de 1858, fecha en que murió, a la edad de setenta y tres años, de una apoplejía cerebral. Su comportamiento en el manicomio era irreprochable mientras estaba bajo vigilancia; pero en cuanto se descuidaban, ella aprovechaba cualquier oportunidad como en sus viejos tiempos y esto ocurrió hasta pocos días antes de su muerte. No se detectaron en ella otros signos de anomalía mental.